https://vimeo.com/27758131
Peter Greenaway dirigió entre los años 60 y 80, antes de meterse de lleno en el mundo del largometraje, varios cortometrajes a medio camino entre lo documental y lo experimental que me fascinan por su aire de archivo absurdo. Act of God (1980) es uno de esos trabajos, centrado en personas que han sufrido encuentros físicos más o menos traumáticos con rayos.
Se trata de una pieza hecha para televisión que comienza de manera sencilla con gente explicando sus experiencias traumáticas en plano fijo con música de Michael Nyman. Las diferentes anécdotas están fragmentadas e intercaladas con intertítulos informativos y la voz de una narradora que describe algunas historias apócrifas similares. A medida que el metraje va avanzando, los relatos personales se mezclan con datos científicos y algunas referencias literarias.
El documental surgió de un encargo de Thames TV que podía girar en torno a cualquier tema. Greenaway, interesado por la taxonomía, pensó en los impactos de rayos porque fue el fenómeno más inclasificable que le vino a la cabeza en aquel momento.
La primera fase del trabajo consistió en poner anuncios en periódicos para encontrar a gente que había sobrevivido a ese tipo de accidentes. Greenaway pensaba que iba a encontrar aventuras místicas o sobrenaturales, pero la mayoría de entrevistados relataron sus experiencias de una manera bastante intrascendente. Aun así, el resultado tiene un tono ligeramente delirante que hizo pensar a todo el mundo que las historias eran inventadas.
Mi historia preferida es la de una fábrica de pintura en la que el impacto de un rayo en agosto de 1973 derribó un tanque de ácido sulfúrico. El ácido se derramó por el patio adyacente, salpicando una serie de muestras de pintura que llevaban allí 15 años a merced de los elementos. La única muestra que no sufrió ningún daño fue un color que en la carta cromática del fabricante estaba identificado como «azul eléctrico». Me obsesiona el color azul eléctrico.
El suceso del azul eléctrico es similar en tono al resto de historias explicadas, entre el dato científico, la estadística, la experiencia sobrenatural, el humor negro y lo directamente disparatado. Se trata de una manera de hacer que podría ser descrita como una especie de taxonomía desmesurada que Greenaway llevó al extremo ese mismo año con The Falls (1980), que con un formato parecido dura nada menos que tres horas y pico (la vi hace años en la Filmoteca de Catalunya y no hubo mucha gente que tuviese la paciencia de quedarse hasta el final).
Act of God, como The Falls, podría enmarcarse dentro de la corriente estructuralista. Greenaway explica sobre la primera que le interesaban las diferentes maneras de montar las imágenes y que en cierto sentido es un compendio de todas las técnicas de edición que había aprendido hasta el momento. En este aspecto, puede entenderse como un catálogo no solo de experiencias con rayos, sino también de las formas de representación visual del cine.
El filme está construido en torno a 13 entrevistas (probablemente la elección de esa supersticiosa cifra no es casual) que parecen querer buscar algún tipo de lógica científica o explicación religiosa a un suceso que en teoría es totalmente aleatorio. Aunque la mayoría de víctimas no da ninguna importancia espiritual o excepcional a sus accidentes, Greenaway añade algunos matices metafóricos a través del montaje y los encuadres.
Los encuadres no son los típicos de un documental, en lugar de centrarse en las caras o los cuerpos de los entrevistados con planos cercanos o medios, Greenaway hace hincapié en el entorno, colocando a los protagonistas en espacios abiertos o en interiores con ventanas o puertas que permiten ver el exterior. En muchas escenas hay presente agua o algún elemento relacionado, como aspersores, lluvia o paraguas. El encuadre más llamativo es uno de una entrevista en la que la persona que habla no está presente, solo escuchamos su voz a través de un teléfono colocado en primer plano en escorzo delante de una ventana que deja ver el cielo.
Además de tratarse de un documental de televisión bastante atípico, y consciente de la construcción ficticia inevitable de todo documental, augura en muchos sentidos los mecanismos de narración y montaje que Greenaway utilizaría más tarde en el terreno del largometraje de ficción.