The Loveless y la iconografía del poder

Era 1981 y Kathryn Bigelow estaba dirigiendo su primer largometraje. Los actores y actrices tampoco tenían demasiada experiencia. Entre otros, estaban Willem Dafoe en su primer papel protagonista, el cantante de rockabilly Robert Gordon y Marin Kanter, una debutante que solo rodó 5 películas.

La historia se centraba en una pandilla de moteros que llegaba a un poblacho de rednecks. La estética era retro y autoconsciente, influenciada directamente por Scorpio Rising (1963). Al lado de Bigelow, también dirigiendo y escribiendo, estaba Monty Montgomery, otro novato que más tarde produciría varias películas de David Lynch. Una de esas películas es Wild at Heart, con la que The Loveless comparte algunos rasgos estéticos.

Bigelow explica que le interesa escoger géneros cinematográficos comerciales, con tópicos que nos resultan familiares, para subvertirlos y hacer que el público se sienta un poco incómodo. Quizá ese deseo de buscar cierta incomodidad viene de que estudió arte, no cine. Cuando estaba estudiando en San Francisco, un profesor la apuntó para una beca del Whitney Museum, y la consiguió. Allí estudió bajo la tutela de artistas y filósofos como Richard Serra, Robert Rauschenberg y Susan Sontag.

En esa época, empezó a hacer arte conceptual y a aceptar todo tipo de trabajos para sobrevivir. Uno de esos trabajos fue rodar bucles para una instalación del artista Vito Acconci. Bigelow no había cogido una cámara de cine en su vida, pero no tenía un duro y aceptó el trabajo. Entonces, se le ocurrió que quizá podría hacer películas.

Su primer proyecto fue un corto. Su intención no era hacer cine comercial, sino algo más analítico y político. Cuando se quedó sin dinero para montar su corto, se le ocurrió pedir una beca para Columbia porque allí tenían una sala de montaje que podría usar. Milos Forman era el codirector del departamento de cine. Otro de sus profesores fue el teórico y cineasta Peter Wollen, a quien Bigelow cita como la persona que le enseñó a apreciar el cine. Cuando se graduó, empezó a escribir The Loveless con Monty Montgomery, a quien conocía del ámbito artístico.

Bigelow no tenía ni idea de dirigir. Sin embargo, sí sabía sobre arte visual, por eso, desde el punto de vista del cine tradicional, The Loveless puede parecer una película algo conceptual, o al menos se lo pareció a la crítica de la época. No es que sea experimental, pero se adelantó a la moda del indie de los 80/90 y la crítica la consideró contemplativa, nihilista y pretenciosa.

Por mucho que la crítica estuviese equivocada al rechazarla, es verdad que es contemplativa y nihilista, la propia Bigelow explica que lo que le interesaba no era narrar nada, sino analizar la iconografía del poder, por eso la película es más una meditación que una historia.

Dafoe explica que era una combinación extraña, una intelectual de la semiótica haciendo una película de moteros. A ratos piensas en Kenneth Anger, a ratos en Douglas Sirk, a ratos en el videoarte. Al mismo tiempo, fue un rodaje duro, sin dinero, llegando a trabajar hasta 36 horas seguidas, con temperaturas superiores a 45º C enfundados en trajes de cuero.

La película pasó por varios festivales internacionales y se estrenó en alguna sala sin demasiado éxito. Por suerte, un par de años después de su rodaje, un director de casting se la enseño a Walter Hill. A Hill le gustó tanto que ofreció a Dafoe un papel en Streets of Fire (1984) y a Bigelow un contrato para desarrollar otro proyecto. Si no fuera por Hill, es probable que la carrera cinematográfica de Bigelow no hubiese llegado más lejos.

Una de las cosas que llama la atención de The Loveless es que se detiene a observar pequeñeces que no tendrían cabida en una película típica de este género. En una escena, Vance, el personaje a quien interpreta Dafoe, entra en una cafetería, pide café, le echa azúcar, pide huevos revueltos, les hecha ketchup, tiene una conversación con la camarera pasa pasar el rato… El tiempo parece en suspenso.

La cámara se mueve poco y la mayoría de planos duran más de lo habitual en una película de este género. En muchas escenas se subvierte la relación entre causa y efecto. En la escena final hay disparos, pero ¿quién ha disparado? ¿Por qué? En un plano hay sonido, en el otro no. ¿Están los personajes en el mismo espacio? No importa demasiado porque la intención no era ceñirse a una trama.

El cuero, los tatuajes y las esvásticas de los moteros. El racismo y los prejuicios de los pueblerinos. El strip-tease casual de la camarera que parece sacado de una película de explotación de los 50 como contrapunto a una imaginería marcadamente homoerótica. Todo en The Loveless parece dirigido a trastocar la mirada y los códigos, tanto del cine comercial como de la masculinidad.

Es extraño que la sexualidad parezca terreno exlusivo de las mujeres. Hay una escena de sexo entre Vance y una chica del pueblo, pero tanto él como sus colegas parecen interesados en el sexo solo por aparentar. Son ellas—la camarera, la motera y la pueblerina—quienes actúan realmente como seres sexuales.

El grupo de moteros solo pasa por allí, no es que hagan gran cosa. Sin embargo, son el agente desencadenante de la última escena. Curiosamente, no como agente activo, sino más bien como agente acelerador que hace que explote algo que no tiene nada que ver con ellos. El horror está ahí, detrás de cualquier esquina, y quizá el motero enfundado en cuero no es más que una versión nihilista del cowboy redneck.